7 de septiembre

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The Story

Bitcoin: ¿Te estás quedando fuera? (otra vez)

Probablemente cuando escuchas la palabra “Bitcoin” piensas en muchas cosas: en su precio disparado, en la promesa de hacerte rico, en sus caídas mediáticas o en la tecnología que nadie termina de explicar del todo.

25 AGO 25

14 MIN DE LECTURA

Probablemente cuando escuchas la palabra “Bitcoin” piensas en muchas cosas: en su precio disparado, en la promesa de hacerte rico, en sus caídas mediáticas o en la tecnología que nadie termina de explicar del todo. Pero antes de convertirse en todo eso —una inversión, una tendencia, una palabra que divide opiniones—, Bitcoin fue otra cosa: una respuesta.

Una respuesta a un sistema que colapsó en 2008 y dejó a millones sin empleo ni ahorros mientras los bancos eran rescatados por el gobierno. Una respuesta al deseo de crear un dinero que no dependiera de coyunturas y promesas políticas, sino de matemáticas. Que no necesitara confianza y no dependiera de un banco central: una moneda que no pidiera permiso.

Hoy en The Story no vamos a hablar de los planes de crecimiento de una empresa, ni de un proyecto que se viralizó en redes. Vamos a contar la historia de cómo un PDF de nueve páginas se convirtió en una red global, imposible de detener y diseñada para durar. Una historia de tecnología, pero también de filosofía, de convicción y de una idea radical: que el dinero puede ser de todos… y de nadie. Esta es la historia de Bitcoin.

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El principio de Bitcoin: cuando el código se volvió protesta

Todo empezó con un archivo PDF. Era octubre de 2008 y mientras el mundo financiero se derrumbaba tras el colapso de Lehman Brothers, apareció un documento en una lista de correos para criptógrafos: Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System. Su autor, Satoshi Nakamoto, cuya identidad se desconoce hoy en día, proponía una idea radical: un sistema de dinero digital que no dependiera de bancos centrales ni gobiernos, sino de una red descentralizada y abierta. No era una startup, ni una empresa buscando capital, era una propuesta social para replantear el concepto del dinero a partir de la desconfianza que generó un sistema que les había fallado a miles.

El 3 de enero de 2009, Satoshi minó el primer bloque de Bitcoin, y se le llamó Génesis. Dentro del código dejó un mensaje que hablaba más fuerte que cualquier whitepaper: “The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for banks”. Un titular real del diario británico que hacía referencia a los rescates financieros a bancos irresponsables. Bitcoin nació como resistencia directa de esa realidad. En lugar de inflar la oferta de dinero con decisiones políticas, esta nueva red tendría un suministro limitado, reglas inmutables y una estructura que no dependiera de nadie. No era solo una innovación técnica, era una declaración de principios.

Desde entonces, ha enfrentado hackeos, debates internos, regulaciones, burbujas y caídas. Pero también ha demostrado algo que pocos esperaban: resiliencia. Más de una década después, Bitcoin no solo sigue existiendo, sino que se ha convertido en una nueva clase de activo, una herramienta de protección frente a la inflación y una forma de pensar diferente sobre el dinero.

¿Qué es el dinero? ¿Y por qué se mina?

Antes de entender Bitcoin, hay que entender el dinero. No el billete que llevamos en la cartera, sino la idea detrás. A lo largo de la historia, el dinero ha tomado muchas formas: sal, conchas, metales preciosos, papel impreso. Pero en esencia, el dinero es una herramienta: nos permite intercambiar valor sin necesidad de confiar en la otra persona. Para que funcione, tiene que ser escaso, divisible, reconocible y, sobre todo, confiable. Durante siglos, el oro fue el estándar porque cumplía con esas características. Pero con la llegada de los bancos centrales, la mayoría de los países abandonaron el oro y comenzaron a imprimir dinero sin un respaldo físico. Lo que ganamos en flexibilidad, lo perdimos en control. La inflación dejó de ser un riesgo extraordinario y se convirtió en parte del sistema.

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El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro, poniendo fin al sistema de Bretton Woods que fijaba el dólar a 35 dólares la onza de oro. Esta decisión respondió a la presión sobre las reservas de oro de Estados Unidos y al riesgo de insolvencia por la excesiva emisión de dólares sin respaldo.

Bitcoin retoma esa pregunta casi olvidada: ¿qué hace que algo tenga valor?  La escasez, y de ahí surgió una regla única e inamovible: solo pueden existir 21 millones de bitcoins, ni una menos, ni una más. Nadie cambiar las condiciones, esa escasez, programada desde el primer bloque, es lo que lo hace atractivo para quienes buscan preservar valor en el tiempo. Bitcoin, además, no funciona como una app tradicional, su red no está en servidores de una empresa, sino repartida entre miles de computadoras alrededor del mundo. Y aquí entra otro concepto clave: la minería.

“Minar” bitcoins no es cavar con una pala, pero sí es competir por encontrar algo valioso. Las computadoras, llamadas mineros, resuelven problemas matemáticos complejos para validar transacciones y asegurar la red. Cada vez que lo logran, se genera un nuevo bloque en la cadena, y el minero que lo consigue recibe una recompensa en bitcoins recién creados. Este proceso es lo que mantiene a Bitcoin funcionando sin un jefe, sin una oficina, sin permiso. Es costoso, competitivo y descentralizado desde la raíz. En lugar de confiar en una autoridad, el sistema confía en el consenso, en la matemática y en la energía invertida por sus participantes.

 

De cypherpunks a Wall Street

Durante sus primeros años, Bitcoin fue casi invisible. Su valor era simbólico y su comunidad estaba formada por cypherpunks, programadores, científicos y libertarios que creían en la privacidad, la descentralización y la posibilidad de crear sistemas fuera del control estatal. En ese mundo paralelo, se discutía más sobre teoría monetaria y criptografía que sobre inversiones. Sin embargo, en 2010 ocurrió algo que marcaría un antes y un después: un usuario ofreció 10,000 bitcoins a quien le llevara dos pizzas a su casa. Alguien aceptó. Por primera vez, un bien del mundo real se intercambió por Bitcoin. Sin saberlo, habían establecido su primer precio.

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En 2010, 10,000 bitcoins compraban dos pizzas. Hoy, esa misma cantidad vale más de $1.2 mil millones de dólares. Bitcoin ha sido el activo con mejor rendimiento de la última década, superando por amplio margen al S&P 500, el oro y las grandes tecnológicas.

Esa transacción, que hoy sería millonaria, fue el primer paso para que Bitcoin pasara del mundo digital al mundo real, de la filosofía a la economía. Rápidamente surgieron foros, exchanges y mercados en los que las personas empezaron a intercambiar bitcoins por dólares, euros y yenes. Algunos lo usaban por convicción ideológica, otros por conveniencia, y otros —en lugares con inflación descontrolada como Venezuela o Argentina— por necesidad. En paralelo, los medios de comunicación comenzaron a cubrir la historia. Se hablaba de una moneda sin fronteras, sin bancos, sin regulación. Pero también se hablaba de hacks, volatilidad extrema y uso en mercados ilegales como Silk Road. Bitcoin era incómodo, y eso lo volvía imposible de ignorar.

Lo que parecía una moda pasajera fue demostrando que este tipo de monedas llegaron para quedarse. Cada caída de precio, cada prohibición, cada intento de desacreditarlo, terminaba atrayendo más atención, más usuarios y más convicción. En 2017, Bitcoin rompió la barrera de los $20,000 dólares y capturó la atención de inversionistas institucionales. En 2021, empresas como Tesla, Square y MicroStrategy empezaron a incluirlo en sus tesorerías. Ese mismo año, El Salvador lo declaró moneda de curso legal. Lo que comenzó como una propuesta marginal se estaba convirtiendo en una clase de activo global, capaz de convivir y competir con oro, acciones y divisas.

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Bitcoin ya es aceptado por empresas globales en sectores como tecnología, entretenimiento, retail, alimentación y finanzas. Puedes usarlo para comprar en Microsoft, reservar vuelos con airBaltic, pagar en AMC Theatres, Twitch, tiendas como Linio, Elektra y comer en cadenas como Burger King o KFC. También es válido para servicios de AT&T o adquirir tarjetas de regalo para Amazon mediante BitPay.

El bloque de batalla: la guerra que salvó a Bitcoin

Para muchos, Bitcoin es solo un activo volátil. Pero quienes han seguido de cerca su historia saben que una de sus mayores pruebas no vino de afuera, sino de adentro. mientras crecía el número de usuarios y de transacciones, la red comenzó a congestionarse. Las tarifas subían y los tiempos de espera también. Entonces surgió una pregunta que parecía técnica, pero era profundamente ideológica: ¿deberíamos aumentar el tamaño de los bloques para hacer Bitcoin más rápido y barato?

La propuesta tenía lógica desde un punto de vista práctico. Con bloques más grandes, se podían procesar más transacciones por segundo. Pero hacerlo implicaba aumentar el tamaño de la cadena completa y, con ello, los recursos necesarios para correr un nodo. Es decir: menos personas podrían participar en la red y más poder se concentraría en quienes sí pudieran. Para una tecnología cuyo valor central era la descentralización, eso era una amenaza existencial. Así comenzó la llamada Blocksize War, una batalla entre desarrolladores, empresas mineras y plataformas que querían escalar Bitcoin sin comprometer sus principios… y otras que estaban dispuestas a ceder en descentralización por eficiencia (y crecimiento).

Lo que siguió fue una lección de gobernanza abierta. No hubo CEO que decidiera. No hubo un consejo que votara. Hubo discusión, propuestas y opuestas encontradas. En 2017, Bitcoin se dividió: quienes querían bloques más grandes crearon una nueva criptomoneda (Bitcoin Cash), y Bitcoin, el original, mantuvo su tamaño de bloque reducido y optó por soluciones de segunda capa como Lightning Network para escalar sin sacrificar descentralización. Fue una decisión costosa y polémica, pero también un momento de volver a mostrar la resistencia ante los modelos tradicionales: Bitcoin no estaba dispuesto a comprometer su esencia para volverse más “productivo”.

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Tras la Blocksize War y la bifurcación de 2017, la adopción institucional de Bitcoin ha crecido y su valor se ha multiplicado por más de 8.5 veces. A pesar de la competencia, ninguna otra criptomoneda ha logrado construir una percepción tan sólida de descentralización, escasez y resiliencia. Para muchos inversionistas, esa coherencia en momentos críticos es lo que justifica

¿Burbuja o futuro? El papel de Bitcoin en una cartera inteligente

Cada vez que el precio de Bitcoin alcanza un nuevo pico, resurge la misma narrativa: “esto es una burbuja”. La comparación con los tulipanes holandeses o las puntocom es casi automática. Y, sin embargo, después de cada caída, Bitcoin ha vuelto. Más fuerte, más adoptado, más relevante. ¿Por qué? Porque más allá del ruido, los ciclos de Bitcoin revelan un patrón de crecimiento con un impulso que ya no depende del entusiasmo minorista, sino de fundamentos más sólidos: escasez programada, mayor demanda institucional y su rol como activo de cobertura frente a políticas monetarias.

Uno de los eventos que define su comportamiento de mercado es el halving, un proceso que ocurre aproximadamente cada cuatro años y reduce a la mitad la recompensa que los mineros reciben por validar bloques. Es decir: cada cuatro años, la emisión de nuevos bitcoins se vuelve más lenta. Históricamente, cada halving ha precedido un ciclo alcista, seguido de una corrección y, lo más importante, un nuevo piso de precio más alto que el anterior. Esta dinámica ha llevado a inversionistas y analistas a comparar a Bitcoin no con acciones o divisas, sino con el oro: un activo escaso que se fortalece en entornos inflacionarios e inciertos.

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El primer halving de Bitcoin fue el 28 de noviembre de 2012, reduciendo la recompensa de 50 a 25 BTC, con un precio de BTC cercano a los US $12. En los meses siguientes, el mercado lo llevó por encima de US $1,000, posicionándolo como un activo escaso de alto potencial. El cuarto halving, el 20 de abril de 2024, redujo la recompensa de 6.25 BTC a 3.125 BTC, con un precio de aproximadamente US $63,800 por bitcoin. Esta vez, la narrativa ya no era solo tecnológica: era financiera, institucional y global.

Hoy, Bitcoin ya no es solo una apuesta especulativa. Es una herramienta de diversificación. Grandes firmas financieras como BlackRock, Fidelity y ARK han lanzado productos para integrarlo en portafolios tradicionales. Incluso los gobiernos y bancos centrales debaten su regulación, no desde el rechazo absoluto, sino desde la necesidad de integrarlo a un marco más amplio. La narrativa ha cambiado: Bitcoin dejó de ser una anomalía y se convirtió en una nueva categoría. No reemplazará todo el sistema financiero, pero ya es parte de él.

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Bitcoin como idea (y lo que dice sobre nosotros)

Bitcoin no fue diseñado para ser una aplicación más. Fue pensado como un sistema alternativo, como una red de personas que prefieren confiar en reglas matemáticas antes que en promesas humanas. Y en ese diseño hay algo profundamente político, casi filosófico: un rechazo a la idea de que el dinero debe depender de la voluntad de alguien más. Satoshi no propuso un producto. Propuso una nueva forma de organizar valor, tiempo y poder.

Lo interesante es que esta red no ha necesitado departamentos de marketing ni de relaciones públicas, su crecimiento ha sido orgánico. En países con inflación desbordada, censura financiera o inestabilidad política, Bitcoin no es una moda: es una herramienta de supervivencia. Y en mercados desarrollados, cada vez más inversionistas lo entienden como un activo que desafía los patrones tradicionales. Lo que conecta a ambos casos es lo mismo: la idea de que el dinero ya no necesita permiso.

¿Significa esto que Bitcoin es perfecto? No. Tiene limitaciones, debates internos, amenazas regulatorias y barreras técnicas. Pero ahí está su mayor enseñanza: no pretende ser una solución total, sino una invitación a pensar distinto. En un mundo cada vez más digital, volátil y vigilado, Bitcoin ofrece algo escaso: soberanía individual. Es un espejo del momento histórico en el que vivimos, y un termómetro de cuánto valoramos la libertad frente a la eficiencia.

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En 2021, El Salvador hizo historia al convertirse en el primer país del mundo en adoptar Bitcoin como moneda de curso legal, bajo el mandato del presidente Nayib Bukele. Fue una apuesta política, económica y simbólica por un sistema financiero alternativo. Pero no es el único caso: en países como Venezuela o Nigeria, donde la inflación y el control estatal han asfixiado a las monedas locales, Bitcoin ha sido refugio, herramienta y salvavidas.

Una revolución que se escribe bloque a bloque

Bitcoin no nació de una gran empresa, ni fue diseñado por un comité internacional. Nació del desencanto y la imaginación de alguien que vio una falla estructural y decidió proponer una alternativa.  Desde entonces, cada bloque minado no solo confirma transacciones: confirma que existe otra forma de construir confianza.

Es posible que Bitcoin no resuelva todos los problemas del mundo. Pero sí cambió cómo se articula el dinero en la estructura actual. Esa idea, en los márgenes de la tecnología, la filosofía y la economía, se ha convertido en una red global que desafía las lógicas tradicionales del valor. Y lo más impresionante es que nadie la controla. Solo funciona. Cada diez minutos. Desde hace más de quince años.

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